María Elena Tapia Troncoso

Emprendedora comenzó con un local en Necochea y ya tiene 14 repartidos en Latinoamérica

miércoles, 13 de julio de 2022 · 10:52

María Elena Tapia Troncoso, diseñadora industrial de 38 años y su pareja, Guido Joachim, un ingeniero de 39, comenzaron su empresa instalando su primer local en Necochea y, através de los años, lograron expandirse a el territorio argentino y países latinoamericanos. Hoy, la empresa se llama Rocas Company y está presente en Nicaragua, Costa Rica y Chile.

En una nota del diario La Nación, Tapia Troncoso y Joachim sostienen que su filosofía de vida es “del agua a la oficina”.

“Primero arrancá el día haciendo lo que te guste y haga bien, después encará la rutina, el trabajo o lo que tengas que hacer”, dicen cómplices y sonrientes. Para la pareja, esta ecuación es perfecta para poder tener una vida feliz y estar motivados frente a lo que se presenta.

La historia muestra un largo y sinuoso camino recorrido que empezó hace 20 años en las playas de Necochea, lugar donde Tapia Troncoso creció. Desde que egresaron de la secundaria, tenían claro que no querían tener una rutina de trabajo estricta, con horarios fijos y oficina. Por el contrario, soñaban con pasar sus días en la playa, el lugar donde ambos habían crecido ya que Joachim es de Mar del Plata.

María Elena Tapia Troncoso en uno de sus carros en Playa Grande, Mar del Plata, 2011

Su anhelo era vivir y trabajar en un lugar donde pudieran priorizar el contacto con la naturaleza.

Con esta idea en mente y mientras cursaban sus estudios universitarios, decidieron fabricar artesanías: collares y llaveros con materiales que sacaban del mar y luego caminaban por la playa buscando posibles compradores. Su buena onda y facilidad para entablar conversaciones con los turistas les ayudó mucho en las ventas.

Con los años y a punto de recibirse de diseñadora industrial Tapia Troncoso diseñó para su tesis un carro de exhibición para la playa. Empezaron a usarlo como estrategia de venta pero la innovación tuvo sus inconvenientes: se pinchaban las ruedas con la arena y el viento volaba los productos: “Una vez se nos volaron todos los productos al mar”, recuerda entre risas la emprendedora.

Fabricaron 10 carritos en total y, a veces, enganchaban a algún conocido que les daba una mano con la logística del traslado y venta de las artesanías, pese a la vergüenza de algunos de sus amigos.

Todos los días de nueve de la mañana a nueve de la noche, este dúo estaba firme en la playa vendiendo sus creaciones. Eso sí, cuando veían buenas olas, dejaban todo y se iban a surfear. “Nuestro objetivo siempre fue que nuestra oficina sea la playa, y de alguna manera lo estábamos logrando. Queríamos una vida activa y al mismo tiempo relajada, donde pudiéramos disfrutar del aire libre y hacer algo que nos gustara”, cuenta Joachim.

En aras de innovar, optaron por hacer carteras que vendían a distintos locales, Pero esta vez, el éxito no estuvo de su lado: sin imaginarse empezaron a recibir críticas por mala calidad. Fiel a su estilo, no se iban a dar por vencidos: mandaron cartas a los clientes pidiendo disculpas y ofreciéndoles otro producto a cambio. Para su sorpresa, las respuestas fueron positivas y empezaron a tener nuevos pedidos.

Para seguir sumando productos, incursionaron en la confección de marroquinería y sandalias bajo la misma logística anterior y tampoco tuvieron éxito.

Pero hay veces que las cosas llegan sin que nadie las espere, o mejor dicho, cuando menos se las espera. Y así fue el caso de esta pareja emprendedora cuando la vida les puso en el camino a Ramiro Rodríguez Rendon, un potencial cliente que, en ese entonces, jugaba al futbol profesional. El jugador había pasado por los clubes Aldosivi, Alvarado, Chipre y Wilsterman y algo de su personalidad los cautivó para sumarlo como socio en la parte comercial.

Largó el deporte y apostó a este proyecto que fue creciendo y consolidándose cada vez más.

Con empuje, ganas y confianza, aquellos múltiples y fallidos intentos de emprendimientos lograron materializarse, y hace siete años, inauguraron Rocas, su primer local de ropa y calzado femenino, con sede en Necochea, el lugar que los vio despegar y crecer. Al tiempo sumaron Lado B, la propuesta masculina de la marca. En paralelo, abrieron una franquicia en Mar del Plata, el lugar apropiado para seguir haciéndole honor a la vida al aire libre y la playa.

Abrir un local requiere una inversión inicial de aproximadamente US$80.000 y entre las exigencias que se les pide a los interesados es que sean partidarios del mismo estilo de vida que sus dueños: relajado y de disfrute.

Hoy la empresa se llama Rocas Company y al igual que Patagonia, la compañía de ropa deportiva y de exterior, está inspirada en la naturaleza y el surf. A través de su impronta buscan difundir un estilo de vida consciente y de disfrute, donde todos los aspectos estén cuidados y en armonía, desde el trabajo hasta los hobbys, Y esta es la filosofía que transmiten a sus 100 empleados, cuyo requisito más importante para ser contratados es que sean amantes del verde y de los animales. “Queremos que sean felices, que estén motivados, que trabajen desde donde quieran, que salgan a conocer, que se diviertan y por supuesto, que surfeen. Después que vengan a trabajar”, reflexionan los emprendedores.

En total cuentan con 14 locales repartidos entre la Argentina, Nicaragua y Costa Rica, y dos e-commerce: uno local y otro en Chile. En su catálogo ofrecen una amplia gama de productos que van desde calzados, accesorios, trajes de baño y hasta tablas de surf. Por colección fabrican un promedio de 60.000 unidades, por año unas 120.000 aproximadamente.

Trabajan con materiales ecológicos, sustentables y no usan nada derivado de animales, tampoco generan residuos, “reutilizamos todo y con el excedente, fabricamos otras cosas”, comenta Tapia Troncoso quien además está a cargo del diseño de las tiendas, pensadas como espacios que buscan invadir los sentidos, donde siempre hay música chill de fondo o sonidos que simulan el ruido del mar, plantas para recrear la jungla, aromas playeros como por ejemplo coco y lima y puro color. “No vendemos solo un producto sino que queremos transmitir una experiencia, un estilo de vida, apelamos a activar todas las sensaciones”, agrega la diseñadora.

Reparten sus días entre la crianza de su hijo Felipe de siete años, su perro, el surf y la empresa. “A nuestra vida la guían las olas y el niño, en base a eso nos movemos”, dice Joachim.

Con la pandemia y la cuarentena de por medio, decidieron alejarse de la ciudad e instalarse en la selva nicaragüense, lugar que los enamoró y en el que residen durante los meses de invierno local y desde donde timonean la empresa.

En la playa encontraron una manera de vivir y de encarar sus rutinas. Un lugar que los conecta con ellos mismos, que los potencia y les recarga energías, que los inspira.

Fuente: La Nación 

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