El pueblo que supo recibir al Príncipe de Gales y hoy casi no tiene habitantes

A unos 160 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires se encuentra la localidad de Ernestina, un antiguo pueblo ferroviario que, en sus años de máximo esplendor, fue anfitrión del Príncipe de Gales, Eduardo VIII.

Perteneciente al partido de 25 de Mayo, desde hace décadas su población se mantiene en baja debido a que casi no cuenta con actividad y su población es, en su enorme mayoría, gente de la tercera edad. El censo de 2010 había revelado que unas 145 personas habitaban el pueblo. Hoy, ese número, es aún menor.

Erguido en tierras de la familia Keen, terratenientes británicos que llegaron al país y fueron claves en el desarrollo agroexportador de finales del siglo XIX y principios del XX, se fue poblando con la llegada del Ferrocarril y la expansión agrícola. En las primeras décadas del 1900 llegó a tener hasta 2.000 habitantes.

Contaba con dos colegios, el Enrique A. Keen –nombre de su fundador- y uno de monjas, que superaba los 60 pupilos entre locales y foráneos. El último funcionó hasta 1992, año en el que tuvo que cerrar por falta de matrícula. El primero, aún alberga pocos alumnos. También hubo almacenes de ramos generales, carnicerías y todas las actividades propias de una ciudad activa.

Una de las joyas de Ernestina es el Teatro Argentino, que al día de hoy conserva su valor arquitectónico. Según registros oficiales, mantuvo una agenda nutrida de shows entre 1925 y 1938. Tiene una rotonda, una pista cubierta, 200 butacas de madera, numeradas con fila, un entrepiso para proyectar, boletería, fosa para la orquesta y siete telones.

Allí se realizaron desde actos patrios hasta bailes. Desde shows de radioteatro hasta obras gauchescas que metían sold out dos veces en un mismo día. Sin embargo, el teatro le quedó grande a Ernestina, y lleva varias décadas cerrado. El actor Sergio “Pasta” Dioguardi –conocido por haber interpretado a Martín Vanegas, líder de la Brigada B de Los Simuladores-, actual Director de Turismo de 25 de Mayo, planea recuperarlo y trabajar en un proyecto para dotarlo de actividades. Tanto al teatro como a Ernestina.

El pueblo suele recibir visitantes en su camping. Desde personas que buscan la tranquilidad y el contacto con la naturaleza hasta curiosos que llegan hasta aquí atraídos por la curiosa vida de “lugar fantasma” y las anécdotas que suelen narrarse de sus años gloriosos.

La historia más repetida y curiosa tiene que ver con la presunta visita del Príncipe de Glales, Eduardo VIII, quien fuera rey por un corto período y luego abdicara en favor de la ascensión de su hermano. Según se ha ido narrando, el noble llegó allí haciendo una escala en su viaje de tren rumbo a la Estancia Huetel, de Concepción Unzué de Casares. Atraído por la arquitectura del lugar, habría bajado del vagón para recorrer las pocas cuadras que conforman Ernestina. Se habría detenido a observar la Capilla Nuestra Señora De Luján, una iglesia neogótica con hermosos vitrales y techo bañados en bronce. Luego, otra vez al tren y el viaje continuó.

Alertados de esta visita, en la previa, la administración de Ernestina preparó al pueblo para recibir al Príncipe. El boulevard San Martín, su avenida principal, fue pavimentado en sus 200 metros de extensión. Restos de aquella obra pública quedan hoy intentando sobrevivir debajo del polvoriento suelo.

Como muchos pueblos del país, con el cierre de los ramales del ferrocarril, la actividad fue disminuyendo progresivamente al igual que su población. A eso se le suman los cambios en los modelos productivos agropecuarios y las crisis económicas, generando un éxodo de personas hacia ciudades más grandes que puedan brindar otras oportunidades.

Ernestina, víctima del contexto, fue quedando vacía. Al día de hoy apenas si sobrepasa los 130 habitantes y casi todos ellos son adultos mayores. Las edificaciones centenarias y los antiguos centros sociales abandonados dan cuenta de la vida pasada del lugar.

Desde el área de Turismo de 25 de Mayo buscan reactivar la vida de Ernestina proponiendo corredores gastronómicos, la vuelta de los corsos y la reactivación del Teatro Argentino con la idea de conservar un trozo de una Argentina que parece en extinción.